Durante mi vida como empleada, algo que empezó hacía el año 2008, tuve la oportunidad de conocer a muchas personas, aprender de ellas y también, depender de ellas. Eran sin duda mis jefes, si, jefes, la jerarquía era realmente importante para mí. En mi iniciática experiencia, aun me regocijaba en el placer de obedecer para convertirme en la mano derecha de la persona que allí tuviera más autoridad. Para ese entonces, el concepto de líder en mi entorno no sonaba con tanta fuerza y yo aun me sentía bastante lejana del mundo corporativo.
En el año 2017, entré a un equipo de trabajo en donde estimo que en total éramos unas treinta personas con diversos enfoques legales, pero sobre todo, con una capacidad humana que desconocía por completo. Siempre digo que me costó un poco de tiempo acostumbrarme a lo bueno, pero realmente era un escenario nuevo para mí. Reuniones para cocrear, tiempo para hablar de cualquier cosa, para conocernos, para compartir y para crecer, vacaciones para desconectarse, buena remuneración, total acceso a la comunicación, autonomía para avanzar y trabajo en equipo para confiar, no se hablaba de la palabra líder taxativamente, pero lo vivía en la práctica y así lo fui reconociendo.
Desde ese lugar, tenía que hacerme cargo de atender un cliente especifico, allí entré de lleno al universo empresarial. El presidente, la gerente, la directora, la coordinadora, la analista, la auxiliar, el prácticamente, etc., cadenas interminables de cargos que formaban una pirámide como si se tratara de llegar a Dios, la jerarquía era evidente, ¿pero el liderazgo? ¿mis reuniones para cocrear varios asuntos, cumplir con los encuentros señalados, conocernos, confiar? Empezaba a descubrir que ser líder se trataba entonces más de lo que había en cada persona y no de una regla o estatus general.
Me fui involucrando cada vez más en cuestionamientos respecto de lo que debía ser o no un líder, formando mi propio criterio dado que quería ser realmente exitosa en mi carrera como abogada y para mí éxito, era un gran sinónimo de liderar, de tener un equipo a cargo y equitativamente construir soluciones donde todos tuviéramos lugar.
El tiempo fue pasando, cada vez tenía más experiencia, pero el ego me jugó malas pasadas. Sin darme cuenta empecé a olvidar lo que había conocido años atrás respecto de lo que significaba ser un líder, caí en la trampa de exigir a personas que jerárquicamente estaban por encima de mí, soluciones, espacios y en especial un esquema de comunicación que no lograba tener para avanzar en lo que requería con mi equipo. Me frustré demasiado, caí en jornadas excesivas de trabajo, en la queja y en el estancamiento por depender de otras personas la mayor parte del tiempo, liberé completamente la responsabilidad de mi labor y me entregue a la comodidad de responder ante muchas cosas: lo siento, no depende de mí.
Durante una temporada significativa, tomé un rol de espectadora para definir qué pasaba con cada persona que retrasaba mi trabajo, entonces descubrí algo maravilloso: cada líder estaba compuesto por la forma de conocerse así mismo. Temas como la seguridad, el amor propio, la autogestión, la empatía, la autonomía, la autoestima, resolver determinado tipo de conflictos, y por supuesto, su esquema de relacionamiento general no solo en el trabajo sino en su día a día con sus demás entornos, eran temas determinantes. Un líder realmente no era una posición laboral, no estaba sujeto a un determinado cargo y mucho menos al éxito que yo quería alcanzar, un líder era una persona, simplemente eso, capaz de ver en las necesidades de los demás, el mismo valor que podía dar a las suyas, un líder sabía que no era diferente a las demás personas con las cuales trabajaba, era una extensión de todos ellos.
Descubrí la fortaleza inmensa de reconocerme en el otro y ver que mucha de la luz que anhelaba ya la tenía y que mucha de la sombra de la cual me quejaba, también. ¿Cuál fue mi solución? Buscar formas de conocerme más a mí misma para no depositar en los demás mis temas personales, emocionales o que tuvieran que ver con mi propio entendimiento de las cosas o con la formación de mi criterio.
Respiré profundo y me di cuenta que liderar es algo que también desarrolla el alma en la medida que te escuchas y te amas a ti mismo, no existe una forma de dar u ofrecer a otros, mucho menos a otros que dependen de mi en un contexto laboral, algo que antes no puedo darme a mí mismo. Por esto hoy en día, elegir un camino que me lleve a ese autoconocimiento y al descubrimiento de mis propias formas, es clave. No importa si se trata de una meditación diaria, un encuentro grupal periódico, ser un artista, practicar un deporte, creer en los ángeles o asistir a una terapia, todos los seres humanos tratamos con otros seres humanos y solo por esto, tenemos la oportunidad de ser nuestra mejor versión, así tenemos la posibilidad de conectar con aquellos que también lo sean o que encuentren en nosotros, esa gran inspiración para trabajar en sí mismos y llevar equipos realmente a otro nivel.