CONSTELAR ES VOLVER AL AMOR

Mucho se habla hoy en día de las constelaciones familiares. De la manera más general, llegan personas tanto a mí como a nuestros aliados, a manifestar su deseo de sanar y empezar por aquí, desde mi punto de vista, por el alto reconocimiento que alcanzó la serie internacional “Mi otra yo”. Valoro inmensamente que dentro del contenido de las plataformas audiovisuales se encuentren historias como esta, las cuales nada lejanas de la realidad, nos invitan a detenernos, a ver más allá de los síntomas del cuerpo y a adentrarnos en un mundo donde muchas de las cosas que nos ocurren, están condicionadas por las experiencias de nuestros ancestros.

Sin embargo, como una bandera que alzo y alzaré desde Infinita hasta cuando me sea permitido, no podemos delegar nuestra responsabilidad a este poderoso regalo que nos dio Bert Hellinger, esto incluye no encomendar o justificar a otros por las acciones que podemos tomar sobre nuestra propia vida, así como tampoco podemos inocentemente pensar, que luego de una constelación, los resultados que se manifiesten concluyan como el final feliz y exprés que nos vende el mundo actual.

En palabras de un colega constelador, una sesión nos puede dar la oportunidad de proyectar, como si se tratara de una película, la versión de aquel conflicto que está guardado en nuestro corazón. Algunas veces será tan evidente que no nos quedarán dudas de lo que sucede, otras veces tendremos que sentir al tope, conversar, preguntar e inclusive resistir aquello que se nos está mostrando, todo con un único objetivo: desatar aquel nudo que impidió que el amor dejara de correr libremente por nuestros vínculos y los de nuestro sistema familiar.

Más allá de las múltiples explicaciones y significados literales que podemos encontrar para este poderoso espacio terapéutico, nuestro reto está en definir con nuestras propias palabras aquello que experimentamos. Es por esto que para mí constelar es volver al amor. Regresar al sentimiento inocente del que un día nos apartamos, volver a sentir lo que decidimos callar, reconocer las dinámicas que siempre nos llevan a las mismas acciones y no menos importante, observar que en nuestro entorno y en especial en el de nuestros grupos más cercanos, hemos vivido lo mismo, así que saberlo, nos permite ver con compasión y generosidad lo que un día solo pudimos juzgar.

Juliana Blanco M.