Los seres humanos por más independientes que seamos, no somos islas, al contrario, estamos interconectados a través de tejidos familiares, sociales y culturales, por apenas mencionar algunos. Pasamos muchos años de nuestra vida aprendiendo todo lo necesario dentro de esos tejidos; las estructuras, las reglas, las jerarquías y aunque pocas, también las libertades aceptadas. Sin embargo, un día decidimos detenernos por una razón voluntaria o involuntaria, girar la mirada hacia nosotros mismos y con sorpresa, tenemos que darnos cuenta que todas esas cosas que hemos aprendido, ya no nos identifican, quizás las seguimos porque si, fueron buenas para nosotros durante un lapso determinado, o quizás porque para entonces, no teníamos otra alternativa.
Los cuestionamientos se vuelven tormentas de pensamientos que no cesan ¿Quién voy a ser ahora? ¿encajaré? ¿Qué es lo que de verdad me identificará más allá de mi título profesional? ¿podré compartir de nuevo mi vida con alguien? Con estas frases a penas alcanzamos a vislumbrar la punta de un iceberg tan profundo como la duda que, para entonces, tenemos de nosotros mismos.
Si bien el cambio generacional actual nos permite convivir de manera diversa, la brecha nunca había sido más amplia, razón por la cual, en medio de nuestra transformación, podremos agradar a algunos, desinteresar a otros e inevitablemente reconocer que otros serán implacables en sus apreciaciones, tocarán nuestras heridas y no sabremos cómo comportarnos ante ellos.
Es justo aquí, donde ser auténticos nos cobra un peaje de relacionamiento muy elevado ¿estamos dispuestos a pagarlo? Tristemente y durante un tiempo sí, lo hacemos, nos volvemos complacientes en todo aquello que más podemos, con el objetivo de ser aceptados, de ser amados condicionadamente. ¿Cuál puede ser la solución? En mi criterio reconocernos, mirarnos con valor y ponerle un límite a lo que hacemos solo por agradar a los demás. Si bien la libertad de pensamiento es para todos, también lo es el respeto, así que debemos tener una posición firme y determinada, para comprender que lo primero que debemos respetar son nuestros nuevos ideales.
No importa quien eras y quién eres ahora, no importa en que trabajaste y a que quieres dedicarte ahora, no importa si llegaste a una meta y cuando la cumpliste, tus sueños cambiaron. No importa si te casaste y ya no quieres estarlo más, no importa si creíste que habías conocido al amor de tu vida y con el tiempo, descubriste que cada momento de nuestra existencia, puede traer amores diferentes.
La verdad es que con el tiempo he descubierto que nada es tan grave y que nuestra autenticidad merece sentimientos inmensos, pero no que paguemos por su aceptación. Somos quienes vinimos a ser, únicos e irrepetibles, diferentes a los ojos de algunos y maravillosos en los ojos de otros. Desde esa mirada que te apoya y te engrandece, elije a las personas adecuadas para ese momento de tu vida, amalas, agradéceles y recuerda que si bien esto nos impulsa a continuar, nada será más importante que aquel amor profundo que tenemos por nosotros mismos.
Juliana Blanco M.