En muchas de mis conversaciones actuales, hablo del Tarot como si se tratara de una persona que me acompaña a todas partes. Puede que lleve cartas o no conmigo, pero su energía ha hecho un eco incomparable. De repente estoy frente a una situación particular y lo primero que se dibuja en mi mente es un arcano, uno relacionado con ese tema y, como si se tratara de magia, empiezan a abrirse caminos para comprender de qué se trata.
Empecé a estudiar Tarot por mi cuenta en el año 2021, luego de soñar con el arcano XVI, La Casa Dios, una noche cualquiera. En mi sueño había una torre, un gran incendio dentro de ella y dos personajes bajaban los pisos en espiral llevando agua para calmar cada espacio. Lo que más recuerdo que llevaban era eso: tranquilidad. Esto me motivó a seguir algunas cuentas, empezar a buscar referentes, comprar libros y, por supuesto, comprarme mi primer Tarot de Marsella. Yo me sentía llamada a ser uno de esos personajes que tenía la capacidad de llevar tranquilidad a los demás.
Mi anhelo y curiosidad por entrar a descubrir este mundo eran realmente fuertes. Recuerdo haber leído el primer libro en una noche; sin aún saber que eso se hacía, empecé a pegar las cartas en mis paredes, a ponerlas donde fueran visibles, a llevar una en mi bolsillo y a hacer preguntas para que ellas “al azar” me contestaran. Fue amor a primera vista, ya que desde niña había tenido un gran acercamiento a la magia, y sin darme cuenta, esto había quedado impregnado en mí desde entonces. No todo era color de rosa, por supuesto. Algunos arcanos me retaban y me atemorizaba al verlos. Me tomó tiempo incorporarlos a mi vida y seguro todavía lo sigo haciendo.
Algunos meses después, decidí formarme con una gran tarotista chilena. Fueron semanas y semanas de entrar, cuestionar, conectar y volverme una con cada secreto que este poderoso ser traía para mi vida. Quisiera decir que me entregué tanto como pude, pero algo dentro de mí aún me hacía sentir miedo de canalizar tanta información, de sentir tanto. Pero sobre todo, aún tenía muchas reservas con los comentarios que pudiesen surgir sobre mí al respecto. Fue sin duda una limitante y, durante algunos años más, fue una barrera difícil de derribar, por lo que siempre me sentía haciendo lecturas secretas, escondidas, sintiendo que el exterior no lo recibía del todo bien. Así como hubo personas extraordinarias que depositaron de inmediato su confianza en mí, hubo otras de las cuales tuve que enfrentar cuestionamientos, algo similar a las terapias de conversión, y una que otra duda respecto a qué tan bruja me consideraba.
Aun con estos altibajos, el Tarot siempre estuvo ahí; conservaba su esencia en mí y cada semana tenía un arcano mayor o menor conmigo que guiaba algunas de mis situaciones más importantes. Si necesitaba luz, pedía que llegara a través de él; si necesitaba ver la sombra, le pedía un poco de compasión. Siempre respondía, así que se convirtió en un canal de información inigualable.
Los sesgos frente a los caminos que elegimos siempre existirán. Algunas veces vendrán del exterior y otras veces vendrán de nosotros mismos. En todo caso, no olvidemos que, si el gran creador pone a nuestros pies herramientas y vías para crecer como seres humanos, allí no hay error. En mi caso, llegó a través de un sueño, un día sin siquiera imaginarlo, y hasta este momento, he tenido la oportunidad de brindar acompañamiento cercano y valioso a personas que tan solo necesitan un medio para ver ese gran reflejo que ya está en su alma.
El Tarot es para todos, y vernos en él como si se tratara de ver nuestro rostro en agua cristalina, es un regalo que podemos albergar en nuestro corazón. Solo se trata de darle una oportunidad, de dejarlo entrar, de conocerlo y de aceptar el camino de vida que nos propone.